"Tan poderosa es la imagen que se apropia de nosotros para danzar violentamente en las páginas de la redención".

domingo, 6 de febrero de 2011

"EL CIELO PROTECTOR" (1990)

Dir. Bernardo Bertolucci

"El erotismo en la otredad"
Por: José A. Morales  

Desde su juventud, Bertolucci ha regalado muestras de inmensurable sensibilidad. De ser un poeta influenciado por su padre, Atillio, se adentra en la ardua tarea cinematográfica para mostrarnos que cada uno de sus nervios está atravesado por la agudeza de un artista. 

                   
                                                                         
"El cielo protector” (1990) es paradigma de lo dicho, pues en este film explora la complejidad de las relaciones humanas; tema trascendente y recurrente, de una u otra manera, dentro de su filmografía, como en “El último tango en Paris” (1976). Respecto a este tema es que me ceñiré en el análisis de dos escenas eróticas limitado en la otredad exótica.                                                                                                                                                                                                                                                                                    
Recordemos cuando los tres personajes, Port, Kit y Tunner arriban en la ciudad del Sahára para hospedarse en el “Grand hotel”. Este lugar no nos establece del todo en una cultura desconocida, pues la arquitectura, la indumentaria, el transporte y los mismos individuos son referentes europeos. No obstante, a medida en que Port se aleja del hotel, nos vamos adentrando en los suburbios; revelación fiel de otra vida. Así, esta “desorientación” geográfica sirve de preludio del primer encuentro erótico con la alteridad que, reforzado con el diálogo de Ismael: “lo llevaré con una amiga mía. Hermosa. Más que la luna”, nos desnuda ante la tibia caricia del exotismo, del misterio y la expectativa.                                               

                                                                                                                                                  Port decide saciar su curiosidad y con ella la nuestra. La música tribal se convierte en una espiga que se balancea frenética en nuestro interior cuando el personaje comienza a descender hacia las tienda en busca de esa belleza. Por fin el encuentro: tambores, tensión. Una mujer “más hermosa que la luna”: el sol mismo. Mahrnia: pechos incólumes y desafiantes que se presentan bajo la tenue luz del fuego, bajo una tienda hinchada de misterio.

                                                                                                                                               La sexualidad en esta secuencia, revela una concepción distinta de la prostitución y del sexo. Mahrnia no se lanza  hacer su “chambita” con premura, más bien pareciera que detiene el tiempo para “ritualizar” el acto a pesar del fin lucrativo. Primero recibe a Port con una bebida y después da paso a la provocación: se desnuda a medio cuerpo, se arrodilla ante su cliente  y baja el ciper de su pantalón. Detengámonos; aquí se vislumbra la felación, pero ésta es descartada cuando lo que hace es meter una de sus tetas por el cierre. He aquí el elemento extraño que, ligado a un par de gallinas “testigo”, refuerza el choque con la otredad y hace hincapié en la concepción sexual. Si a esto le agregamos que el acto termina en una masturbación de Port sugerida, nos daremos cuenta que en la historia no se primordializa el coito como único fin erótico, sino que más bien se convierte en un factor secundario para los aborígenes y en un momento poco deseable para Port, aparentemente.

                                                                                                                                                     Aunado a esto, es necesario recordar los diálogos que dirige Ismael a Port cuando llegan a la tienda. “¿no se quita los zapatos, señor?”. Una invitación para adentrarse a un lugar sagrado. “Usted le paga porque usa su tiempo, es todo, es todo” Este texto se convierte en una aclaración que descarta la banalidad del encuentro sexual, es decir, el sexo no se compra, sino que se da por hecho en Mahrnia. Asimismo, cuando Port le pregunta a Ismael por qué murmura, éste responde: “por los hombres en las otras tiendas”. El silencio en el encuentro se extiende por todo ese espacio como  elemento indispensable para lograr el acto, pero siempre, aclaro, acompañado de flautas y percusiones suaves y cadenciosas de los mismo nativos. Una atmósfera acertada que invita al espectador a olvidarse de su asiento para sentir la extrañeza y el calor del lugar.



        Ahora, recordemos la travesía de Kit en el vientre africano al fallecer Port.

      La belleza visual que nos ofrece Bertolucci del desierto sobre pasa nuestra expectativa, y a pesar de que las tomas son largas, la dinámica dentro de cuadro es de una agilidad y exactitud impresionantes; si a esto le agregamos a Kit y Belqassim, humanos incomunicados y asombrados mutuamente de la alteridad, las escenas se convierten en una exigencia de observación pura. Por ello, es preciso identificar la transformación de los personajes a través de sus ojos; de sentirse incómoda Kit, comienza a experimentar un cierto éxtasis por Belqassim: bereber cuya mirada desborda un “génesis” inexplicable a la vida misma.

     Mientras avanzan por el desierto, Kit monta como emperatriz un dromedario acondicionado por Belqassim para protegerla del sol y la arena. Para estos momentos, el “cortejo” y las miradas son desmesuradas y totalmente expresivas. Se confirma la poca importancia de la palabra, la atracción se manifiesta en todo su esplendor y el encuentro sexual se vislumbra. Por lo contario, y a pesar de que acampaban, esto no sucede sino hasta que llegan a los hogares donde Kit es encerrada en una “atalaya”; aislamiento que no debe entenderse como un secuestro, sino como una evasión al conflicto con las nativas, y como la protección de un “tesoro” nunca antes visto.

        El acto sexual en esta escena, sea el coito o el sexo oral, se purifica en tanto que no hay modo de comunicación, ni relación cultural y mucho menos intervención sentimental o lucrativa que lo sustente. La atracción se manifiesta de la naturaleza misma, es ajena a convenciones sociales: visión y “cortejo”, la forma más primitiva de relación de todo ser vivo. Sin embargo, y sumergiéndonos en el corazón de Kit, es imprescindible señalar que la reacción de este personaje con Belqassim se explica, asimismo,  por la abstinencia pasional que vivía junto a Port. La escena que revela la “libertad” sexual de Kit es precisamente la del sexo oral, en la que ella misma alza su vestimenta ante el bereber y le chupa desenfrenadamente los dedos,  claro está, en “son” de felación.


       En las dos escenas antes vistas es verdad que los motores que impulsan a los personajes al encuentro con la alteridad son distintos, pero Bertolucci logra en ambas un erotismo que precisa la diversidad humana y que está certeramente definida en Mahrnia y Belqassim. En la sensualidad corporal de la primera y en la mirada mítica del segundo: tensión bien llevada através de un cuerpo desnudo, pero mejor aún por el lenguaje visual entre “Kit” y el bereber.
En cualquiera de los casos la incertidumbre nos desnuda ante el placer de lo enigmático.
                                                                       
Páginas consultadas:                                                                                                
“Psikeba” en: http://www.psikeba.com.ar/articulos/HF_erotismo_bataille.htm







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